Cuando atravesé uno de los periodos más intensos de mi vida y me sentí completamente perdida, el primer paso para encontrarme fue: conocerme.
Había pasado tantos años compartiendo mi vida con otra persona, que había olvidado qué me gustaba, qué no me gustaba… en fin, quién era Silvia.

Ahora se me viene a la mente un viaje a Cuzco, años atrás. Regresaba en un bus desde Machu Picchu —u otro lugar hermoso, no lo recuerdo bien— y escuché unas palabras en la radio que decían: “Uno solo ama lo que conoce.”
No sé por qué, pero esas palabras quedaron retumbando en mi mente. Y es verdad. En este nuevo capítulo que la vida me ponía por delante, era imprescindible volver a conocerme para empezar a amarme.
Primero, comencé inscribiéndome en actividades con las que siempre había conectado, como el voluntariado. Luego, busqué otras que me ayudaran a ver más allá de lo que podía ver o sentir en ese momento: cursos de crecimiento personal.
Recuerdo cada sábado de voluntariado, enseñando matemáticas a niños pequeños en las afueras de Lima. No era simplemente enseñar. Era nutrirme de su amor y su compañía. Siempre he pensado —y dicho— que lo que me mantuvo el corazón abierto fue el amor que di y el amor que recibí de aquellos niños.
También recuerdo mi primer curso de crecimiento personal: El perdón radical. En mi nuevo camino, también era imprescindible perdonarme a mí, perdonar las situaciones, y perdonar a las personas por lo que sucedió… y por lo que no sucedió.
Mirando hacia atrás, siento que esos fueron mis grandes puntos de partida. Desde allí, la vida empezó a fluir.